22 de enero de 2013

El índice Big Mac que habita en nosotros.

El índice Big Mac ha sido utilizado tradicionalmente para comparar mediante este producto de alcance planetario las desigualdades económicas, de riqueza de países diferentes o la relación entre sus monedas, alrededor del globo. Lo que cuesta unos 4$ en los USA, qué puede llegar a costar en Francia, la India o Japón. Con esta medida unitaria, se pretendían establecer comparaciones sobre el coste de vida en esos países y la relación entre sus riquezas nacionales.

Puede ser un elemento de ayuda en la búsqueda de esos datos, partiendo de la base x que sería el precio en los Estados Unidos y comparando con el precio en otros estados en el mundo. Es un tema apasionante, y por lo mismo no lo vamos a tocar ahora en este artículo. Sólo les diré que al parecer en el último año y según los últimos datos, el Big Mac en Europa (zona € imagino) es alrededor de un 30% más caro que en la tierra de la Libertad. Eso explica el por qué de nuestras dificultades de exportación al tener una moneda más cara, etc. Hasta aquí.

Este artículo de opinión, puro y duro va en otra dirección. Pretende denunciar el malgasto de recursos en ese tipo de artículo como es el Big Mac y que en el fondo y de forma no tan difícil de apreciar está destrozando economías familiares y condiciones de salud de sus miembros sin que se den ni tan siquiera cuenta. De ahí mi Índice Big Mac. De lo que podríamos llegar a comprar al precio patrón Oro que pagamos por el mismo.

El fast food se basa en tres premisas que son a todas luces y en mi opinión, falsas en sí mismas:
1. Es rápida. Vayan ustedes cuando no haya nadie en el local y pidan algo que no esté manufacturado hace unas horas. Recuerdo cómo perdía mis 30 minutos de break en un trabajo de juventud esperando mi rancho en diversos locales "rápidos".
2. Es comida. Esto se contesta solo. Es un sucedáneo de comida. No seamos necios. Nadie da duros a 1 céntimo. Es plástico.
3. Es barato. Y aquí la razón de mi tesis expuesta a partir de ahora.

El fast food no es barato, y el menú Big Mac como tantos otros similares no deja de ser un timo que se paga a un precio muy superior al que debería. Por tanto, la premisa no se cumple y su razón de ser dejaría de tener sentido, pero la manipulación hace que todo el mundo vea como algo barato una cosa que no lo es.
Cuando pides un Big Mac en un McDonald's (tienen todo el derecho y yo he consumido muchos a lo largo de los años) no pagas menos de 7€ por un pack en el que te acompañan una coca cola fruto de un jarabe viscoso que viene en una bolsa, unido a agua carbonatada de una máquina independiente de la que sale muy fresquita*, además de unas patatas que son congeladas y que provienen de alimentos procesados, grasos y llenos de aditivos y sabores añadidos varios. Así, casi nunca compran una hamburguesa sólo, sino el menú completo, al que añaden después alguna oferta de 1€ que venden como una ganga como si su precio real tuviese que ser más caro de lo pagado. Resumiendo, si no se comen un postre, la "cómida rápida" les va a salir por cerca de 8€. Si se comen un postre, menos de 10, casi imposible.

¿Es barato? Puede ser si así lo consideran. ¿Sale barato? NO rotundamente. Por ese mismo precio, y simplemente si realizan una búsqueda algo más exhaustiva por lugares alejados a salas de cine o centros comerciales, van a encontrar alimentos mucho más saludables y beneficiosos para ustedes. 
De verdad que por 10€ pueden comer bien. Créanlo y dejen de recitar ese manido mantra acerca de lo bien que sale para el bolsillo comer "aquello". 
Sin pensarlo mucho: 5 pintxos de Taktika Berri, 8€. Hamburguesa de Coure, 9€, Arroz de Pals de Norte, 8€. Menú Topik con dos platos y postre, 12€. Plato del día y bebida en Il Magazzino, 9.5€. Huevos estrellados en La Bodegueta, 8€, pan incluido. Callos en La Esquinica, 7€. Y así hasta el infinito.
La gracia de todo esto es que estos restaurantes conviven en el mismo barrio o incluso en las mismas calles con esos locales de presunta comida rápida y barata. Y encuentras más gente en estos segundos que en los que relato al principio. Y la culpa, creo, es del estigma injusto de restaurante es igual a caro y fast food es igual a barato. Y niños comiendo plástico. Y padres que no se complican y los llevan donde les regalan un juguetito que se va a romper en unas pocas horas. Y todos contentos, mientras saturan sus venas y hacen ricas a cadenas de "comida" que no merecen ni esa riqueza ni ese nombre.


Todos somos libres y pueden hacer lo que les dé la gana. Pero si piensan acerca de lo que aquí he descrito y escrito, verán que no voy muy desencaminado y que todos conocemos lugares donde comer algo por 10€ y que no sea de una muy baja calidad alarmante. Háganse ese favor y empiecen a buscar alternativas. El índice Big Mac lo debería construir cada uno, pensando acerca de dónde puede invertir sus 10€ y que no vayan a atentar contra uno mismo o sus seres queridos.




*La Coca Cola o refresco análogo que consumen en cualquier establecimiento de comida rápida, no es Coca Cola al uso. Es decir, no hay un tanque de la bebida y unas tuberías que lleven al grifo que vemos cuando llenan nuestro vaso. No. Por un lado, una BIB (bag in box) de jarabe viscoso de la bebida en cuestión y por otro, el agua carbonatada. Se juntan las tuberías y aparece la bebida. Pero al parecer para que la bebida pueda ser comercializada con ese nombre por el que están pagando, a esa mezcla de jarabe más agua con gas hay que añadirle una parte de cerca del 30% de hielo. Así, la bebida resultante parece más lo que debería ser y la marca no puede ser denunciada legalmente porque la fórmula es lo más parecida a la original. En definitiva, poco menos que una guarrada adictiva.

18 de enero de 2013

Me lo llevo, no me mire así.

Existen costumbres alrededor del mundo que nos pueden parecer curiosas, una locura o directamente incomprensibles. Existen también aunque no lo creamos, lugares donde se hacen cosas que incluso podríamos llegar a copiar, sin ningún tipo de remordimiento o sentimiento de inferioridad latente. No pasa nada por reconocer que a veces nos comportamos como snobs o nuevos ricos en su versión más elitista, y, de hecho, casi todos lo hemos hecho alguna vez. De hecho, si no fuera por mis privilegiados contactos con gentes de otras latitudes y/o continentes, no estaría ahora mismo presentándoles este articulo, ya que mi bagaje cultural patrio no es especialmente receptivo a esto que les presento hoy.

Hay que pedir para llevar la comida que nos sobra en los restaurantes. 

Imagino que por culpa de esa malinterpretada pretensión de querer ser clase media lo más alta posible lo que hemos ido aceptando como socialmente adecuado eran aquellos tics de señoritos burgueses con bigote decimonónico que impedían o hacían impensable, entre otras cosas, pedir que te pusieran para llevar aquello que te había sobrado al final de una cena. Pero esas ínfulas ya acabaron o deberían haber acabado. La realidad nos pone en nuestro sitio y no creo que ni tan siquiera esa clase acomodada piense ya en esos términos. 
Es difícil precisar el por qué nos incomoda ese hecho o el por qué en este país no se hace de forma natural lo que en otros es norma o está normalizado. Tal vez el haber sido un país empobrecido durante tanto tiempo y el haber pasado hambre durante demasidos siglos hizo que en este país al mejorar las condiciones económicas las últimas décadas hubiese una reacción contra lo que podríamos llamar el "ser pobre". Ya no lo éramos, así que no queríamos parecerlo. Pero es una cuestión casi psiquiátrica que escapa al blog.

Ante esta situación compleja siempre hubo diferentes alternativas. No todo el mundo se comportó como un nuevo rico ni  renegó de su naturaleza, y seguramente muchísima gente continuó sin despilfarrar la comida o no vio nunca a esa comida como algo desechable. Todos, y no lo dudo un momento, hemos visto en algún momento de nuestras vidas a nuestras madres o abuelas (en femenino por su condición de mujeres responsables de casa) tirando a la basura una cantidad de comida más o menos ingente simplemente por el hecho de que no se había terminado un plato determinadao o alguien se la había dejado porque sí. ¿No?

Esa es la clave de vuelta. Nuestra cultura gastronómica que fue y donde casi todo se aprovechaba, dejó de ser en algún momento y empezamos a comportarnos como gente a la que le sobra todo. Y evidentemente en ese punto, ¿quién iba a ser el cutre de pedir la comida que sobra en el restaurante?

Según los últimos datos que pueden encontrar a poco que busquen por ahí, lanzamos cada año y por persona alrededor de 80 kilos de comida a la basura. Hay que trabajar en concienciar a la población. No estamos ni nunca estaremos en una posición que justifique el desperdicio de alimentos teniendo en cuenta el mundo mal repartido (conscientemente) en el que vivimos. La educación es básica, para todo y para esto.
Pero un aspecto que no tenemos tan en cuenta es el desperdicio que cometemos nosotros mismos sin darnos cuenta en esos restaurantes. No se pueden tolerar las miles de toneladas de alimentos que se malgastan en locales de todo tipo en este país. Sea por su negligencia o por la nuestra. Sobre la suya poco podemos hacer, pero la nuestra es nuestra y por lo tanto remediable.

Hay que fomentar desde este mismo momento una campaña por el fin del desperdicio de alimentos. No tengan vergüenza, pidan lo que es suyo. Ese magret, unos macarrones, aquel trozo de pizza, ese risotto maravilloso que has pedido tras unos entrantes espectaculares y que no te puedes comer, etc. No tengan vergüenza, convirtamos esto en una tendencia. Despójense de sus temores y de esa pacata moralidad que les dice que eso no se hace, que queda muy mal y es de pobres. No sé lo que serán ustedes, pero seguramente seamos más pobres que otra cosa, no tengamos problema en reconocerlo si es eso lo que alguien nos pide a cambio. Yo no creo que sea propio de nadie ni de ninguna clase social porque esto no es ni caridad ni limosna, es tu comida, la has pagado y es tuya. Te la vas a comer donde quieras si no has podido terminarla en el restaurante. Para cenar o para hacer croquetas el día siguiente. Da igual, llévatelo, ahorra, no desperdicies, no seamos idiotas en pos de una superioridad moral que no existe. Esto se hace en todos los sitios del mundo y en algunos es norma general, sin miedo, sin problema y sin que te miren mal.
Hagámoslo por nosotros, por ellos y por todo el mundo. Sensibilidad, por favor. 


Lo que cutre es tirarlo todo a la basura. O ir a un buffet libre y ponerte kilos de comida en varios platos para no poder acabártela y que acabe en el vertedero. Así no.

14 de enero de 2013

De la honestidad. Principios que no se venden por un final.


No tenía claro cómo enfocar este nuevo post en el blog. Sobre lo que me gustaría hablar sí que lo tenía claro, pero la forma me hacía dudar. Aquí decimos las cosas por su nombre y no nos gustan las ornamentaciones barrocas para acabar diciendo nada o casi nada, así que he optado por la vía contundente, que la siento y percibo como mucho más propia.

Quiero hablar de la gente que se merece que se hable de ella. Productores, restauradores y gente de bien que trabaja con pasión y mucha fuerza siguiendo en lo que cree, buscando mejorar y sobre todo fidelizar a una clientela cada vez más interesada en no ser engañada o manipulada por campañas de comunicación más o menos brutales y lúcidas.
Es decir, se busca gente honesta.

En los últimos años y coincidiendo con lo que se suele llamar la democratización de la información y que no deja de ser una especia de eufemismo para aquello de que “Internet somos todos”, las corporaciones que viven de los medios de comunicación y ofrecen sus servicios de forma virtual (por lo de online, no porque no cobren) se han ido haciendo cada vez más y más poderosas. Agencias de comunicación que ya no necesitan comprar espacios de publicidad tradicionales sino que establecen unas redes clientelares en la red basadas en recursos de todo tipo, aunque el que nos interesa para el post es uno bien determinado y delimitado: el alquiler de la opinión en la blogosfera.

Esto hace que nos encontremos de forma menos deseable de lo que sería razonable, con campañas de comunicación muy agresivas que vienen a intentar generar estados de opinión artificiales y para lo que utilizan muy diversos métodos. El más próximo a lo que nos encontramos es la famosa técnica del “ágape financiado en local a promocionar”.
Un local que puede o cree poder tener recursos para este tipo de acto y para mantener a X agencia que le va a preparar un acto que va a ser promocionado ad eternum en ese mundo virtual que todo lo ocupa. Si no estás en la red no existes. Si no se habla de ti en la red, no existes. Si no organizas actos como ésos, no existes. Estás, pero no existes. Comunico ergo sum.

Con eso, el espacio publicitario deriva en propaganda bananera de tercera en demasiados casos. No nos limitamos a leer sobre un local, sino a leer excelencias sobre un local. Unas excelencias artificiales porque el acto era artificial. ¿Qué puede salir mal en un acto de ese tipo si todo está preparado al milímetro? Difícilmente nada, con lo que si algo no va a poder mejorar lo más probable es que pueda empeorar en lo sucesivo.

Ni todo el mundo es fiable en sus opiniones ni todo el mundo está vendido al gran capital del Cuarto Poder ni a las grandes corporaciones comunicadoras/restaurantes que se pueden permitir ese lujo. Hay que saber diferenciar. Por favor. Dicen que todos sabemos leer pero tal vez no sepamos lo que es más conveniente leer. El detalle marca la diferencia y hay que saber escoger. Comparar puede ser la clave. Gastronomía comparativa en los medios como asignatura básica.

Todo esto venía por lo que comentaba al principio y sobre lo que no he dicho en realidad nada. Hay que apoyar a gente, en mi opinión, que sin esos medios o que aunque no ignoren esos medios no nos intenten manipular con fastos faraónicos ni con eventos para altavoces de todo tipo. Honestidad, bien hacer y poco ruido. Locales que se dejan la piel por subsistir de forma anónima, donde se trabaja muy bien y se cuidan los detalles siempre a favor del cliente. No quiere decir que no haya locales honestos entre aquellos que más gastan en propaganda, pero demasiadas veces no es así, y es importante porque se juega con el dinero de una clientela cada vez menos dispuesta a gastar en locales de moda que lo están por la faceta mediática y no la estrictamente profesional. Ya está bien de restaurantes revelación o restaurantes del año que lo son por sus campañas o por a quien pertenecen y no a sus logros reales. Ya está bien de locales encumbrados al inaugurar por la crítica “especializada” que son gigantes con pies de barro. Ya está bien de tener que ir donde nos dicen que tenemos que ir. Disfrutemos de experiencias en locales más honestos y menores en presupuesto para publicidad, pero mayores en calidad y en esa honestidad de la que les hablo.

La lucha de los honestos modestos, creo, ha de ser la nuestra. Contrarrestar el poder corporativo de la moda y el “hay que ir”. ¿Para qué hay que ir? ¿Para que los propietarios de X local sigan abriendo locales de dudosa rentabilidad para el cliente (siguiendo la relación calidad/precio) para poder seguir comprando espacios baratos de promoción a cambio de un par de comidas bien puestas? Menos medios y más experiencias de entera satisfacción. Menos modas y más calidad. Menos interiorismo y más y mejor gastronomía. No queremos que los locales cierren, no malinterpreten el artículo. Queremos que todos se ganen su público de forma honesta, sin perjudicar a los que trabajan en inferioridad de recursos. Que haya muchos restaurantes porque quiere decir que hay demanda y que hay trabajo para mucha gente.
Pero con principios, sin maquiavelismos de ningún tipo.


Venderse no es una opción. No perdamos el norte.

5 de enero de 2013

De la naturaleza de un boom.

Se pueden encontrar pocos ejemplos de oportunidades perdidas tan grandes como lo que está pasando hoy día con lo que podríamos llamar gastronomía española o catalana. El ámbito no altera el producto final.

¿Dónde nos ha llevado en términos de cambios culturales o sociales el gran boom de la cocina española en el mundo? ¿Cómo se ha aprovechado en este país el hecho de que los dos o tres más grandes y famosos cocineros del mundo sean españoles? ¿Cuándo hemos desaprovechado una oportunidad similar para cambiar hábitos alimenticios o prestigiar en términos absolutos nuestra "gastronomia" autóctona? ¿Por qué la gente sigue comiendo mal o muy mal en general? ¿Qué lleva a pensar a la gente que es mejor gastarse poco dinero en basura que poco dinero en algo saludable? ¿Por qué comer bien es visto como algo snob y artificial con el producto que tenemos en este país? ¿Por qué exportamos buena parte de ese producto e importamos baja calidad? ¿A quién beneficia este despropósito? ¿Por qué hay tantas preguntas por responder?

No hay una única respuesta y aquí no van a encontrar más que respuestas simples.
Existe un problema de cultura gastronómica evidente, y que creo que se basa en el hecho de vivir aún en lo que podríamos llamar los cutres 80. La banalización de la gastronomia, el reinado del congelado, del microondas y de la química innecesaria en pos de un mundo moderno que nos demandaba cambios innecesarios para una realidad cambiada. La americanización mal entendida que nos condujo a la banalización cultural de un patrimonio que agoniza. La gastronomia no es cocinar, son un conjunto de  valores sobre el qué o el cómo comemos. La baguette de gasolinera o el producto innecesariamente congelado son símbolos de este mal; lo rápido y barato, no lo bueno, es lo que priorizan los gurús del momento, que son en realidad las grandes corporaciones con intereses en este cutrecización cultural.

¿Qué fue del pan, de los tomates o de la carne de siempre? Murieron enterrados en lonas de plástico, bajo productos tóxicos y de granjas intensivas que sacrifican engendros mutantes. Por nuestro bien. O por el suyo. El productor de siempre fue ninguneado u obligado a cambiar su forma de producir, por el bien común de algunos consejos de administración muy sabios. Mientrastanto, la gente echaba a perder siglos de buenas o sanas (presuntamente) costumbres alimentarias y a olvidar de dónde venimos y quiénes somos.

NO es verdad que no haya tiempo para hacer la comida. NO es verdad que sea más rápido descongelar un plato de pasta que hacerlo. NO es verdad que sea caro comer bien y sano. No. Pero así lo creemos y lo hemos querido creer. Es más cómodo, pero no lo que comentaba antes. No es más barato comprar bollería industrial que darle a tu hijo pan con aceite y chocolate a la salida del colegio. Es más fácil, vago, pero no más barato. Es más barato comer plástico que comida, eso sí, y de ahí el auge de ese pan a 40 céntimos.

Pero la gente empieza a darse cuenta de algunos errores. No es tarde y por eso el mensaje. Cambiemos y dejemos de ser engañados. Tiremos de conocimientos ancestrales y de la memoria familiar. No coman nada que lleve ingredientes que su abuela no conozca. Hagamos el esfuerzo. Cuesta, pero vale la pena.

Por eso hay que apoyar a productores honestos y a gente que cree en todo esto, que lucha contra todo este imperio del Mal. Pero entonces nos parece que todo es muy caro o que esas modas de la proximidad, el Km0 o el slowfood están hechas para sibaritas ricachon@s. Mucho mejor comprarlo todo en un supermercado que nos trae pescado de Chile y frutas de Túnez. Muy sostenible. Y normalmente de calidad dudosa.
El huerto como tótem, la producción de cercanía y la educación de la muchachada como debe ser. Que coman bien, que elijan bien, que coman productos naturales y de aquí si puede ser. No somos más modernos ni más cosmopolitas por cenar pizzas congeladas o merendar caracolas de chocolate industriales de Panrico. No. Hagamos las pizzas nosotros, agua, harina, tomate. No cuesta tanto tiempo y sale mejor de precio. Pero no tenemos ganas de tener tiempo. Lo entiendo. Pero luego no nos quejemos de los problemas de salud relacionados con este mal comer. Lo llaman vida sedentaria y no es eso. El hombre es sedentario hace miles de años. Pero no siempre se comió tanto ni tanta basura como ahora. Paradójico.

El boom de una bomba, por ejemplo, deja normalmente un árido desierto de destrucción como consecuencia. Que no sea eso.

3 de enero de 2013

Mr.Marshall, usted ya no es bienvenido.

En tiempos de pobreza extrema en este país que no es hoy, aunque todo está por llegar, hubo una querencia trasnochada por el amigo americano fácilmente entendible. Dinero, dinero y más dinero que en realidad quería decir esperanza. A cambio, había que mantener un régimen fascista anticomunista, pero eran otros tiempos y otro contexto. Eso no volvería a pasar nunca más, como ustedes saben perfectamente.

Hoy no hablamos de política, pero sí de algo que va ligado a ella, y es la influencia cultural de un país sobre otros. Y en este tema no hay duda de que los USA son el paradigma definitivo.

Aspectos culturales que se adaptan como propios por culturas diferentes es propio de comunidades abiertas. Querer recibir, permitir o tolerar influencias exteriores es signo de modernidad, bajo mi humilde punto de vista, y es algo que siempre ha pasado, incluso en la remota edad media europea. Somos fruto de la mezcla y el mestizaje desde tiempos inmemoriales y nuestra capacidad para absorber por ejemplo, productos, técnicas, ideas es ilimitada. Por eso somos sociedades abiertas aún hoy. Es nuestro ADN.

Pero no siempre es así. Dependiendo del qué y el quién, somos más o menos abiertos o toleramos o no toleramos. O nos cansamos de tolerar. Se pone de moda el sushi o el baklava, el público se muere por comprar parmesano de calidad o por beber cerveza belga. 
El artículo tiene una razón y el título lo deja claro y es que no sé hasta qué punto estamos hartos de tolerar la influencia americana.

Si bien todo lo que nos llegó de los USA fue visto durante décadas como el culmen del modernismo y lo ye-yé (no sin previa resistencia de intesidad modulable), desde hace unos años se percibe en el ambiente una cierta hostilidad a lo que podríamos llamar el "ex-amigo americano". Es de hecho aún un amigo, pero de esos a los que nunca llamas y te dan un poco igual. Tuvieron su momento para ya no. Así se trata un poco a los Estados Unidos hoy día. Hijos culturales de Levi's y Coca Cola ya no queremos todo lo que ofrecen.
¿Es un símbolo de querer cerrarnos, encerrarnos o dignificarnos como cultura? No tengo respuesta.
Pero tengo claro que existe esa hostilidad latente o evidente. El cupcake o el brunch son el ejemplo de lo que les hablo.

Brunch. Desayuno contundente, esmorzar de forquilla o incluso vermut directamente. Pero diferente, con platos diferentes y sin duda de diferente carácter. ¿Es una moda impuesta o impostada? ¿Hay que rechazarla por ser una pijada o una horterada para snobs acomplejados? Es el eterno debate sobre el qué aceptamos y qué no. Yo tengo mi opinión, que daré tras hablar brevemente del ínclito cupcake. Magdalena venida a más o con ínfulas, es la diana preferida cuando se habla de procesos aculturadores. Odiada por su origen y por lo que representa, además de ser vista como amenaza al producto autóctono. Un producto autóctono que bien puede ser un croissant manufacturado utilizando imaginario turco hecho en Viena y popularizado en Francia. Pero propio.

Mi opinión es clara: si el brunch fuese una práctica puesta de moda desde Italia o Francia y el cupcake fuese un panettone, se aceptarían no necesariamente de buen grado pero al menos se tolerarían sin odios atávicos por no representar al diablo imperialista yankee encarnado por las pijas de Sexo en Nueva York. Porque al final, es eso lo que odian u odiamos. Otro debate al hilo sería hablar sobre los precios, o sobreprecios que se pagan en este mercado de lo que está de moda, sea temporal o venga para quedarse. Ése ya es otro problema y que compite esencialmente al que quiera pagar lo que se piden en esos locales. Siempre han existido tanto los desayunos copiosos como los dulces extraendulzados. Pero yo no voy a negar a nadie el hecho de que quieran disfrutar de esta actualización. Me parezca un snobismo propio de memos o de gente que quiere estar a la última. Cada uno decide lo que quiere hacer. Y aquellos que no lo acepten así no hace falta que se erijan en la reserva espiritual de Occidente. Es comida, es cultura, pero no se impone nada. Hay oferta de todo tipo. Mientras queramos.

Nos impusieron la basura aquella de la hamburguesa fastfood y lo compramos. Ahora nos traen huevos benedict y les decimos que no. Espero que sea por el precio y no por consideraciones ajenas a la gastronomía stricto sensu.
Criticar el brunch como moda extranjera que nada tiene que ver con nosotros es igualmente criticar el hecho de tomar un café por la mañana.

La comedia es tragedia más tiempo y espero sinceramente que pronto nos estemos riendo todos.