18 de julio de 2014

Conquista, colonización y feudalismo. Una aproximación.

Los Imperios se crean, perduran y se extinguen. (Anónimo)

No hace demasiados días el mundo de la cerveza elaborada de forma artesanal  se sublevó tras unas soprendentes declaraciones del Presidente de Damm en las que venía a denunciar que el sector estaba muy preocupado por los riesgos que se podían correr al consumir un producto elaborado en "garajes". Un gran ridículo del que se supone el hombre más poderoso del mundo cervecero en España en el que confundía la producción propia que un homebrewer o productor pudiera hacer en su casa para consumo propio con lo que se vende en los estantes de locales varios. No vamos a entrar en analizar esas palabras llenas de calculada ignorancia que sirven para asustar a pobres indecisos que se piensan si deben o no entrar en este mundillo artesanal tan diferente del que conocen. Se percibe el miedo en unas declaraciones sonrojantes que ya se han analizado y han tenido su contundente y evidente respuesta desde el sector. No es miedo por perder el Imperio, ni mucho menos, es miedo de que esta cultura de la cuestión del producto monopolístico empiece a calar en el público. Que la gente empiece a conocer cosas que hasta ahora desconoce. Que hay productos de mucha mejor calidad y sabor que esos mediterráneos astros de etiqueta roja. Como les comentaba en un artículo en Zouk el mercado de la artesana dificilmente pasará nunca de ser el 5-7% del total en las previsiones más optimistas (y húmedas) del sector. 
Se denota nerviosismo ante un enemigo desconocido e inesperado. La respuesta podría haber sido la ignorancia pero se ataca. Pregúntense la causa. Como mínimo curioso. Sabemos que presuntamente el amigo Demetrio tiene ciertos problemas con algunos inspectores de Hacienda, pero desconocíamos que era un ignorante en cuanto al proceso necesario que debe seguir cualquier producto para poder ser vendido al público. 

Pero todo este tema nos viene bien para comentar otras cosas al respecto de la marca estrellada por excelencia. Es pretenciosa porque pretende vendernos un buen producto que no es tal (incluso engañanando a los americanos como aquí nos engañan con Coronitas varias) y porque pretende quedar identificada con una especie de subcultura de la cool y lo hipster muy alejada realmente de su públido real que lejos de irse a calas de la Costa Brava a montar fiestas guapas languidece en cámpings de la Costa Dorada con total dignidad. Pero que no nos tomen por tontos. Lo peor de la marca estrellada es que cuando te inicias en el mundo de la cerveza normalmente cuando eres joven y de su mano por cuestiones monopolísticas, no te gusta su sabor. Y entonces decíamos aquello de "no me gusta la cerveza"; la realidad era que no nos gustaba ESA cerveza. Si me hubiesen dado con 17 años las cervezas que hoy puedo consumir les aseguro que jamás habría pronunciado semejante barbaridad. Extensible al resto de cervezas patrias, por supuesto.
Pero la razón de este pensamiento hoy es tratar el tema del monopolio. Del Imperio al Monopolio. De la libertad de mercado al dominio del mercado con aniquilación de la competencia a través de maniobras muy simpáticas y que pasan cuasi imperceptibles al ojo humano poco entrenado en estos menesteres. ¿De qué hablo? Del patrocinio de TODOS los eventos que se producen en el país y de las Rutas de Tapas en todas las localidades de Catalunya. Evidentemente todo muy legal pero que merece cierta crítica desde mi punto de vista. Un punto de vista interesado, por supuesto, pero para eso es el mío.
Corría un chiste tuitero por ahí que decía que "Estrella se inventa pueblos en Catalunya para poder hacer rutas de tapas", y no se aleja mucho de la realidad... Exageramos, por supuesto, pero el esfuerzo titánico de Estrella en patrocinar esas rutas guarda gato encerrado. En época de crisis salvaje los locales necesitan clientes. Y esos clientes llegan de la mano de Estrella, marca semimonopolio en Catalunya. Y Estrella te "compra" el alma. Te trae su cerveza y quién sabe qué bebidas más como distribuidora; te pone la terraza; te paga la terraza; te regala unas neveras; te pone en el mapa (incluso si eres un restaurante cool te lleva algún evento de social media para que te den visibilidad). Y tú das las gracias. Esto vuelve a ser extensible a todas las marcas cerveceras patrias ya que por desgracia no es exclusivo de una marca. A partir de ahí existes porque te debes a alguien y la sumisión ya te ha colonizado. El régimen feudal del S.XXI. Negocios que para existir deben dar las gracias al Señor. Ojo que no es metafórico. Lo he visto por ahí, en Instagram por ejemplo: gente que da las gracias a Damm por haberles cedido un espacio en tal o cual evento. Si no entras en el sistema, el sistema entra en ti. O cesas en la actividad sin el apoyo necesario. ¿Estás conmigo o contra mi?
Bares conquistados a base de migajas, colonizados por el Imperio. Convertidos en vasallos del Sistema. "Sí señor, aquí estamos para esa ruta, por favor promocionenla bien". Postura legítima de cada local, faltaría más, pero que nos debilita progresivamente como sociedad donde sólo perduran los fuertes y hegemónicos. Todos los bares pertenecen a una marca, a otra o a otra. ¿Cómo se llama cuando el mercado se lo reparten unos pocos y no dejan entrar a los demás? A base de su poder económico seducen a locales que necesitan que les echen esa mano. Imponen exclusividad en cuanto te despistas al firmar el contrato y estás fuera del mercado. Estás en la red. ¿No conocen esa historia del bar de Gràcia en Barcelona que al lado de un tirador de cerveza industrial puso uno de artesana? En unas horas fue llamado al orden y ese grifo de artesana desapareció para siempre. La propiedad, el contrato, el "nosotros te hemos creado, te dimos eso y aquello; no tienes libertad". Negocien lo que firmen, no acepten abusos.

A estas rutas omnipresentes de tapas con estrella les llamo conquista y colonización. No creo exagerar. Ahora miren quién patrocina todos los grandes restaurantes de los alrededores. Qué personajes están en nómina. Qué medios están en nómina. Qué eventos en hoteles están en nómina. Qué espectáculos musicales están en nómina. Qué equipos de fútbol patrocinan. Cuántas y cuántas rutas en los bares de barrio están en nómina.
La ilusa esperanza de no morir ante los imperios, de resistir cuales galos con su pócima (¿seguro que no era buena cerveza?). 
No es éste un alegato anticapitalista y antimarcas que todo lo pueden. Es un alegato antimonopolio del buen rollo. De forma simpática y mediterránea os vamos jodiendo el panorama. "¡Pero si no pasa nada!" Claro, no nos vamos a morir por esto. Pero igual hay gente que merece oportunidades y está muriendo aplastada por estas maquinarias malévolas. No dan opción a que nadie más pueda patrocinar nada. La competencia desaparece. Todos se gastan mucho dinero en aparecer en todos sitios, y los pequeños se ahogan. 
Y eso es lo que buscaba esa declaración del presuntamente estafador Demetrio.

4 de mayo de 2014

El negocio finito.

Cuando los países como España crecen económicamente por encima de la media de los grandes países occidentales durante años y juegan la Champions de la Economía como sentenció Zapatero (construyendo en 2003 más pisos que Francia y Alemania juntos como profetizó Aznar) está claro que la crisis está al caer. Es una cuestión de lógica histórica y sentido común del que falta en demasiados casos. Creer que el crecimiento económico es infinito es propio de liberales del tres al cuarto que jamás leyeron a Adam Smith en sus fundamentos más básicos. En la calle existe un dicho que resume el mismo sentir sin tener que entrar en complejos términos macroeconómicos: todo lo que sube, baja.

El problema real de que te pille una crisis es haber vivido como si nunca tuviese que llegar. "Será para los demás", "Jamás bajarán los precios de los pisos", "Aquí no pasará como en Japón", "La crisis del 29 es diferente", y un largo etcétera de mantras de autoconvencimiento coelhianos que son el preludio de la catástrofe. Una catástrofe, digámoslo todo, que mucha gente sí percibió pero que fue convenientemente silenciada. El caso es que la crisis llega y queda el cómo se afronta la misma. Y el problema es que jamás hay plan B. Años de bonanza y bolsillos llenos sin grandes esfuerzos para demasiada gente. Pero se instala la duda y estás muerto. Nunca se hace autocrítica. Ya volverán las glorias del pasado, ya volverá el dinero, yo no tengo que cambiar, son ellos.

El mundo de la gastronomía es un claro ejemplo de todo lo dicho anteriormente, a escala local y a escala macroeconómica. En esta última, la posible caída del turismo en números absolutos tendría unos efectos demoledores para un país que sigue viviendo en buena parte del sol y playa franquista hijo bastardo de los tecnócratas del Opus y de Fraga. Esa es la triste realidad del país. Vivir gracias a los demás, a que muchos extranjeros visitan una zona determinada del planeta porque hay mucho sol, mucha fiesta y precios baratos. No crean que todos vienen a ver a Gaudí, el Prado o el Guggenheim. Es la realidad. Pero no vamos a analizar esos efectos ni a reflexionar sobre el cómo hemos llegado a eso.
Simplemente es. Y lo vemos en nuestras ciudades llenas de turistas ávidos a consumir (algo). Y la gente aplaude como loca mientras no les toque sufrir las molestias de esos turistas folloneros de botellón, que haberlas, haylas.
Y entramos entonces en el plano de la economía local. Vivir gracias a una fama, a tener un intangible como los rayos de Sol o atracciones que ejercen un poder de atracción por sí mismas hace que demasiadas veces uno se acabe acostumbrando a vivir de rentas. Se acaba la motivación por mejorar, por gustar, por superarse. El dinero llega igual y el responsable se acomoda. Sólo tienen que ver el programa de Chicote cada semana y se dan una vuelta por su barrio. Locales que habían sido, ya no son. Sombras del pasado que persiguen atormentando al responsable que empieza a ver que ya no hace el mismo dinero que antes. "¿Qué pasa?" se pregunta. Es incapaz de ver que a veces no puede controlar los acontecimientos. Hay menos turistas y estás muerto, porque nunca te importó un carajo tu negocio, sólo lo que sacabas de él.


Pero no debería ser así aunque lo es. En algún momento creíste que los turistas jamás dejarían de venir, que el río de oro no se agotaría, pero sí lo hace. En algún momento dejaste de preocuparte por la clientela más cercana, la que nunca se va, la que siempre estará porque vive en tu barrio, pero te daba igual. Los acentos del norte de Europa y del Este te atraían más, aunque en realidad sólo era el dinero. Pensaste en orientar tu local hacia ellos, dando la espalda a lo que eres y a lo que tal vez te hizo o fuiste. El dinero te llamaba y creíste que era eterno e infinito como el Universo. Pero no. Los turistas dejaron de aparecer y pringabas. No podías contar con tu gente porque la repudiaste, la discriminaste, intentaste tratar a esa gente como al guiri al que le cuelas un lomo por un entrecot porque "no se entera tras dos jarras de sangría". Todos te conocíamos y conocemos a los que son igual que tu. No sois muchos pero sois. Cuando la crisis empezó por culpa de unas hipotecas vendidas a una pobre gente en los USA pensaste que eran unos pringaos. Que tú eras más listo. Que sirviendo porquería a los clientes nunca se iban a quejar o iban a dejar de venir. Es más, te importaba una mierda que se quejarán. Mañana vendrían otros a dejarte su dinero y tu ibas a seguir siendo feliz. Pero dejaron de venir por la crisis y miraste a la puta realidad cara a cara. Y no te gustó lo que viste: tu fracaso.

No tener plan B es malo, pero hacer del plan A una mediocridad a largo plazo es un suicidio, como vemos y seguiremos viendo lamentablemente en los próximos años.
Tener un local en una población turística puede ser la hostia mientras esa población siga recibiendo turistas. Pero, ¿qué pasa cuando no vienen y se van a Croacia porque no has generado ningún plus o ningún valor añadido a tu localidad y simplemente has extendido la mediocridad? La gente no suele ser gilipollas aunque lo pueda parecer. Te quedas sin negocio y empobreces aún más tu entorno. Vivir de rentas es mediocre. Vivir de rentas es la mentalidad propia del hidalgo español del XVI y XVII. Vivir de rentas es lo que hizo de este país un país mediocre. Lo que tal vez seamos en demasiados casos. Unos miles de turistas menos son unos cuantos locales menos. Unos puestos de trabajo menos, unos cuantos dramas más. Esto vale para Sitges y puede que valga para Sant Sadurní d'Anoia. La gente va, le cuesta poco ir, pero si no van, el desierto de la mediocridad y el recuerdo de un pasado mejor que nunca dejó de ser efímero.


Cuando a alguien le interese dignificar un territorio turístico y vean que no cae en lo fácil, en lo que le va a traer ese dinero a costa de tantas cosas, apóyenla/o. La dignidad es futuro.

El engaño, el timo, la estafa, debería ser pasado.





PS: Post dedicado a Bruno, a Lluís y a otr@s chicos del montón, por conversaciones de sobremesa en los que se tratan temas como éstos. Porque nos preocupa ver cómo se destruye el tejido social en nombre del capitalismo más burdo, el del guiri y su sangría. Pan para hoy, hambre para mañana. 

26 de febrero de 2014

De lo relativo y el eterno viaje.

Curiosa la forma de proceder que tenemos cuando estamos de viaje muy lejos de donde tenemos nuestro lavabo y nuestro wifi, que como todo el mundo sabe marcan de forma precisa aquello que denominamos hogar. Es digno de estudio ese comportamiento que muchas veces se aleja del que tenemos normalmente bajo la premisa de estar "en casa". La distancia, un nuevo entorno, el clima, la droja en la bebida de turno de un antro indeterminado o lo que sea, nos hace cambiar hábitos y ser normalmente mucho más tolerantes ante prácticas que en nuestra vida cotidiana no toleramos o toleraríamos. Existe claramente el factor novedad y el que nadie te conoce allí donde estuvieres, pero me apasiona cómo la gente puede llegar a cambiar dependiendo del ámbito geográfico en el que se mueve circunstancialmente.
Una introducción barroca para venir a decir que cuando viajamos hacemos cosas que luego en casa no hacemos o directamente criticamos. El exotismo del momento nos embriaga para después renegar de lo mismo una vez a salvo en casa.
Leía esta mañana una curiosa noticia acerca del MWC que estos días nos deja un montón de millones a todos los barceloneses. Millones que luego se invierten en menesteres necesarios tales como reformar el pavimento de Rambla Catalunya o reformar la zona más exclusiva de la Diagonal, que como todos ustedes saben son zonas deprimidas de la ciudad que requieren actuaciones permanentes que eviten situaciones sociales de riesgo. Pero éste no era el tema ahora. Decía que leía una noticia que venía a explicar añadiendo una prueba gráfica, el éxito del pollo a l'ast en la zona de comidas de tan magno evento. Un exitazo proporcional al más que seguro amor invertido en la elaboración del mismo por algún catering de, espero, alto standing. El pollo a l'ast como alimento existoso. A venerar. Mientras aquí ya hace muchos años lo arrinconamos a la comida del domingo y en hogares que buscan e intentan mantener una cierta tradición. Digo esto porque muchos de los que me están leyendo ya hace tiempo que no se comen un pollo a l'ast de los de verdad. Lo desterraron de su dieta en cuanto pudieron huir de aquel tugurio que consideraban casa de sus padres donde sí era una tradición. El pollo a l'ast como alimento desprestigiado entre la modernidad muy moderna, recordando a épocas en los que los intentos de golpes de estado eran de verdad y mamá nos vestía con jerseys manufacturados por ella o por la abuela.
Gente que reniega de ese pollo por ser un alimento sin prestigio y de domingueros. Igual que aborrecían el vermut y las olivas y no vamos a debatir ahora sobre su éxito. Lo que está claro es que el Tiempo del Pollo pasó hace lustros y no se ha acabado de recuperar. Unos irreductibles se resisten a abandonarlo y nos enorgullece. Por suerte sigue habiendo un mercado. Pero tal vez no el que hubiere antaño.
¿Cómo conectamos la filípica pro-pollo con lo que les explicaba de los viajes al principio? Fácil. Hay mucha gente que cuando viaja es capaz de comer cosas que luego detesta en casa. Viajan a China y les encanta pasearse por mercados de comida callejera e incluso son capaces de deleitarse con esos patos que cuelgan de utensilios extraños y comerlos. Sí, qué buen pato a la Pekin (por no hablar de insectos variopintos. "Un día es un día, hay que aprender sus costumbres"). "Nos encantó". Luego les preguntas por el pollo a l'ast y te miran mal. "¿Pollo a l'ast? Eso es de cutres domingueros que hacen cola en un antro de mala muerte". Claro, comer pato por la calle es el clímax glamour. Van a Berlin y se comen una currywurst tamaño XL en una cajita de cartón, todo pringada con ketchup barato. Y más felices que nadie sintiéndose berliners. Étnicos prácticamente. Dile que vayan a comerse un frankfurt a Casa Vallès. "Comer frankfurts? Eso es de tirados..". Por no hablar de visitar Jemaa El Fna en Marrakech, por ejemplo y gozar. Luego en casa lo identificas con la comida de una feria de barrio y ni te acercas. "Eso es fritanga".
Los misterios de la antropología. Se rumorea que el Sapiens al encontrarse con el Neanderthal y salir a cazar juntos también adoptaba costumbres de los otros. Al volver decía a los demás que no, que aquellos eran unos brutos y que no pensaba reproducir lo que había visto allí con ellos. Snobs.
En todo caso debe ser un efecto de ida y vuelta. Imaginen a todos esos turistas que llegan a la ciudad y hacen el panoli con esos zumos y vasos de plástico de fruta dudosa que compran en lugares como la Boqueria. En su casa tampoco lo harían. ¿Por qué debe pasar esto? Doble rasero. Imbecilidades mayúsculas.