La
historia de la gastronomía es la historia de la Humanidad misma, donde la
básica necesidad de la comida ha ido agudizando el ingenio de los cada vez más
modernos especímenes homo e incluso desde antes de serlo.
El
comer y el cocinar. Recolectar, cazar, pescar, sembrar. El fuego original, la
fuerza que todo lo cambió e hizo que el no hombre fuese cada vez menos animal y más hombre racional.
La mandíbula y la dentadura humana, forjadas durante miles de años por una alimentación caliente, cocinada a fuego lento o a fuego vivo, pero a fuego. El ígneo elemento que sirve para crear y para destruir. La dualidad natural que acaba siendo dualidad humana.
La mandíbula y la dentadura humana, forjadas durante miles de años por una alimentación caliente, cocinada a fuego lento o a fuego vivo, pero a fuego. El ígneo elemento que sirve para crear y para destruir. La dualidad natural que acaba siendo dualidad humana.
Seguramente
esa gastronomía original que simplemente se basaba en el arte de comer para
sobrevivir, era ya na gastronomía de fusión; una gastronomía que mezclaba todo
aquello que encontraba, a lo que podía tener acceso y de una forma realmente original.
Imaginen a las personas del pasado descubriendo la cerveza, el vino, la sopa,
quemando cosas en el fuego probando qué podría ser válido para su futuro y qué
no. La cantidad de pruebas, experimentos realizados durante miles de años para
ir configurando lo que hoy llamaríamos nuestra gastronomía. Nuestra que
seguramente fue de otros anteriormente y que adaptamos y hacemos evolucionar.
¿Por
qué adoptamos y o adaptamos unos alimentos y otros no? Relaciono sin dudar este
hecho con el mismo hecho de ser sociedades curiosas, grupos humanos que han
tenido contactos milenarios con culturas y civilizaciones diferentes, que saben
que la mezcla es lo puro y lo original. Adoptar y adaptar al gusto, educarlo
porque en definitiva, ¿cuál era nuestro gusto original? Nos conformábamos con
lo que nos rodeaba, pero no siempre fue así. Desde hace miles de años,
seguramente con los primeros imperios y los primeros Estados organizados, una
de las muestras de poder más visibles era el hacerse con alimentos inaccesibles
para el resto de súbditos. Intercambios y fusión. Va en el ADN humano. ¿Cuándo se
acabó el inventar?
Imagino a Ramsés II comiendo foie con carne de caza, como miles de años
después haremos nosotros con esas hamburguesas gourmet con el mismo aderezo y que consideramos el súmmum de la gastronomía con pretensiones. Puedo ver a
Moctezuma o a Luís XIV disfrutando de ágapes que no soñaríamos ahora mismo, rompedores y teatrales de verdad.
Seguramente sus súbditos tampoco lograron ni soñarlos. Esa era la vida. Ahora ya
no tiene por qué ser así.
La
cocina fusión, la cocina tecnoemocional o la nueva nouvelle cuisine lo
cambiaron casi todo. Nos sentimos más cerca de los Dioses, de esos fogones hasta
hace poco cerrados al gran público pero abiertos para el goce del buen
gastrónomo. No hablamos de precios ni de tangibles; la gastronomía habla de
experiencias, de sensaciones y de sentimientos. ¿Cómo valorar una sensación?
Esa pregunta es igual a intentar valorar el arte. Las grandes experiencias,
esas que emocionan de verdad, no deben ser medidas por algo tan banal como la
pecunia. Se pagan con gusto entradas muy
caras al fútbol, al tenis o a la ópera, pero se discute siempre sobre lo que
cuesta una cena. De esas cosas, ¿qué es lo más perecedero o aquello que antes olvidamos?
No lo sé, tal vez nada se nos olvide si la experiencia es inolvidable. Y ahí
está el centro de todo. Mucho hay que experimentar y trabajar para conseguir
momentos que tal vez se van a recordar de por vida, así que no se escatimen a
ustedes mismos siempre que puedan alguna de esas experiencias.
Pero
hay que elegir bien. Y no siempre es fácil diferenciar lo bueno de lo eterno.
La gastronomía en mayúsculas, de la pretensión grastronómica.
Igual que este blog, de los que son buenos de verdad.
La gastronomía en mayúsculas, de la pretensión grastronómica.
Igual que este blog, de los que son buenos de verdad.
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