4 de mayo de 2014

El negocio finito.

Cuando los países como España crecen económicamente por encima de la media de los grandes países occidentales durante años y juegan la Champions de la Economía como sentenció Zapatero (construyendo en 2003 más pisos que Francia y Alemania juntos como profetizó Aznar) está claro que la crisis está al caer. Es una cuestión de lógica histórica y sentido común del que falta en demasiados casos. Creer que el crecimiento económico es infinito es propio de liberales del tres al cuarto que jamás leyeron a Adam Smith en sus fundamentos más básicos. En la calle existe un dicho que resume el mismo sentir sin tener que entrar en complejos términos macroeconómicos: todo lo que sube, baja.

El problema real de que te pille una crisis es haber vivido como si nunca tuviese que llegar. "Será para los demás", "Jamás bajarán los precios de los pisos", "Aquí no pasará como en Japón", "La crisis del 29 es diferente", y un largo etcétera de mantras de autoconvencimiento coelhianos que son el preludio de la catástrofe. Una catástrofe, digámoslo todo, que mucha gente sí percibió pero que fue convenientemente silenciada. El caso es que la crisis llega y queda el cómo se afronta la misma. Y el problema es que jamás hay plan B. Años de bonanza y bolsillos llenos sin grandes esfuerzos para demasiada gente. Pero se instala la duda y estás muerto. Nunca se hace autocrítica. Ya volverán las glorias del pasado, ya volverá el dinero, yo no tengo que cambiar, son ellos.

El mundo de la gastronomía es un claro ejemplo de todo lo dicho anteriormente, a escala local y a escala macroeconómica. En esta última, la posible caída del turismo en números absolutos tendría unos efectos demoledores para un país que sigue viviendo en buena parte del sol y playa franquista hijo bastardo de los tecnócratas del Opus y de Fraga. Esa es la triste realidad del país. Vivir gracias a los demás, a que muchos extranjeros visitan una zona determinada del planeta porque hay mucho sol, mucha fiesta y precios baratos. No crean que todos vienen a ver a Gaudí, el Prado o el Guggenheim. Es la realidad. Pero no vamos a analizar esos efectos ni a reflexionar sobre el cómo hemos llegado a eso.
Simplemente es. Y lo vemos en nuestras ciudades llenas de turistas ávidos a consumir (algo). Y la gente aplaude como loca mientras no les toque sufrir las molestias de esos turistas folloneros de botellón, que haberlas, haylas.
Y entramos entonces en el plano de la economía local. Vivir gracias a una fama, a tener un intangible como los rayos de Sol o atracciones que ejercen un poder de atracción por sí mismas hace que demasiadas veces uno se acabe acostumbrando a vivir de rentas. Se acaba la motivación por mejorar, por gustar, por superarse. El dinero llega igual y el responsable se acomoda. Sólo tienen que ver el programa de Chicote cada semana y se dan una vuelta por su barrio. Locales que habían sido, ya no son. Sombras del pasado que persiguen atormentando al responsable que empieza a ver que ya no hace el mismo dinero que antes. "¿Qué pasa?" se pregunta. Es incapaz de ver que a veces no puede controlar los acontecimientos. Hay menos turistas y estás muerto, porque nunca te importó un carajo tu negocio, sólo lo que sacabas de él.


Pero no debería ser así aunque lo es. En algún momento creíste que los turistas jamás dejarían de venir, que el río de oro no se agotaría, pero sí lo hace. En algún momento dejaste de preocuparte por la clientela más cercana, la que nunca se va, la que siempre estará porque vive en tu barrio, pero te daba igual. Los acentos del norte de Europa y del Este te atraían más, aunque en realidad sólo era el dinero. Pensaste en orientar tu local hacia ellos, dando la espalda a lo que eres y a lo que tal vez te hizo o fuiste. El dinero te llamaba y creíste que era eterno e infinito como el Universo. Pero no. Los turistas dejaron de aparecer y pringabas. No podías contar con tu gente porque la repudiaste, la discriminaste, intentaste tratar a esa gente como al guiri al que le cuelas un lomo por un entrecot porque "no se entera tras dos jarras de sangría". Todos te conocíamos y conocemos a los que son igual que tu. No sois muchos pero sois. Cuando la crisis empezó por culpa de unas hipotecas vendidas a una pobre gente en los USA pensaste que eran unos pringaos. Que tú eras más listo. Que sirviendo porquería a los clientes nunca se iban a quejar o iban a dejar de venir. Es más, te importaba una mierda que se quejarán. Mañana vendrían otros a dejarte su dinero y tu ibas a seguir siendo feliz. Pero dejaron de venir por la crisis y miraste a la puta realidad cara a cara. Y no te gustó lo que viste: tu fracaso.

No tener plan B es malo, pero hacer del plan A una mediocridad a largo plazo es un suicidio, como vemos y seguiremos viendo lamentablemente en los próximos años.
Tener un local en una población turística puede ser la hostia mientras esa población siga recibiendo turistas. Pero, ¿qué pasa cuando no vienen y se van a Croacia porque no has generado ningún plus o ningún valor añadido a tu localidad y simplemente has extendido la mediocridad? La gente no suele ser gilipollas aunque lo pueda parecer. Te quedas sin negocio y empobreces aún más tu entorno. Vivir de rentas es mediocre. Vivir de rentas es la mentalidad propia del hidalgo español del XVI y XVII. Vivir de rentas es lo que hizo de este país un país mediocre. Lo que tal vez seamos en demasiados casos. Unos miles de turistas menos son unos cuantos locales menos. Unos puestos de trabajo menos, unos cuantos dramas más. Esto vale para Sitges y puede que valga para Sant Sadurní d'Anoia. La gente va, le cuesta poco ir, pero si no van, el desierto de la mediocridad y el recuerdo de un pasado mejor que nunca dejó de ser efímero.


Cuando a alguien le interese dignificar un territorio turístico y vean que no cae en lo fácil, en lo que le va a traer ese dinero a costa de tantas cosas, apóyenla/o. La dignidad es futuro.

El engaño, el timo, la estafa, debería ser pasado.





PS: Post dedicado a Bruno, a Lluís y a otr@s chicos del montón, por conversaciones de sobremesa en los que se tratan temas como éstos. Porque nos preocupa ver cómo se destruye el tejido social en nombre del capitalismo más burdo, el del guiri y su sangría. Pan para hoy, hambre para mañana.