28 de noviembre de 2013

Decoratio vulgaris ethicusque.

Demasiadas oportunidades se le dan a determinados locales de escaso mérito. Creo en el poder de la estética y mucho más en el de la ética, pero cada vez andan más disociados imponiéndose una estética vacia sobre la ética del buen hacer y lo que debería ser justo. En esta sociedad de la apariencia y el quedar bien parece mucho más rentable aparentar ser un buen local que serlo en sí mismo. Se dejó de aplicar aquello de la mujer del César, que tenía que ser honrada y además parecerlo o aparentarlo. Ahora sólo le hace falta aparentarlo y sin rubor alguno si no lo es. Debe ser el progreso que nos ha vuelto imbéciles a todos.

Existe una corriente dentro de la No Gastronomía (además de esos programas de TV que parecen tratar de la misma pero que no son más que un GH sin experimento sociológico alguno como pretexto) que se ocupa de que restaurantes de mucho postín se gasten una pasta más allá de lo que consideraríamos gansa para deslumbrarnos con postizos al nivel del de Javier Cámara en Lucía y el sexo. Mucha preocupación estética y escasa preocupación por ofrecer calidad al nivel de lo anterior. No me entiendan mal, no es que necesariamente el local preocupado en exceso por su look tenga que ser malo per se. No es eso tampoco, sólo que desconfío. Porque demasiados planetas deben alinearse para que en ese tipo de local coincida tanto buen gusto. No suele pasar. Mucho envoltorio y parafernalia para demasiados cacahuetes revenidos. 

Me lo suelo tomar como otra señal de alerta. Dime cuánto has invertido en esa decoración y mi interés crecerá de forma inversamente proporcional. Si es que de verdad, no hace falta tanto. Que la cosa es ir a disfrutar de la comida, y no tanto de las vistas. Para tener vistas ya podemos ir a una terraza en la montaña a comernos un arroz y pagar de forma acorde. Para ir a un restaurante, con que la comida sea buena y el local no sea feo o desagradable me vale. Los dispendios estéticos están de moda, pero de verdad que no hacen falta. Están de moda y salen en blogs de moda y les dan premios unas revistas de moda. ¿Pero de comer qué tal? Parece que da un poco igual. Una lástima.

Este moderno proceso lo pueden ver cuando se inaugura un local y empiezan a llegar fotos del local en sí y no de su oferta gastronómica. Todo muy bonito o pretendidamente bonito, pero sin noticias de la jamancia. Adornos, fuegos artificiales y superficialidad conjugadas a la vez. Proyectazos decorativos lujosos sin proyecto de cocina detrás. Que vengan por el cómo es antes que por el cómo se come.
La cuestión es que mucha foto equivale a sospecha. Si les inundan Instagram o similar con mucha silla, mucho sillón y mucha lámpara del S.XVIII, sospechando que es gerundio y gratis. Pongamos la lupa ahí y analicemos bien.
Me parece perfecto que Herr Dekorator se gane bien la vida, pero que dejen de deslumbrarnos con esos focos que quitan la atención a otros locales que también valen la pena. Y que tal vez hacen otros esfuerzos que no se ven tanto, pero que están ahí.


16 de noviembre de 2013

Del producto ninguneado al No pasarán.

Artículos sobre la importancia del producto hay muchos y muy buenos. Al hablar de producto nos viene a la cabeza un tipo de carne, un tipo de pescado, frutas y verduras con sabor a frutas o a verdura o, lo que en definitiva podríamos llamar una materia prima de calidad. Poder ofrecer al cliente experiencias únicas que se pagan acorde a las mismas.

En alguna ocasión ya les había molestado por aquí con algún artículo que hace referencia a la diversidad de precios que se pagan en restaurantes y demás locales de comida a tenor de la materia prima que se utiliza. No es lo mismo comer en un Burger King que en un local de hamburguesas de verdad. Ni por materia prima ni por lo que tiene que cobrar quien elabora esa "comida" en el caso de BK. Factores que inciden en el precio final. Y conocen nuestras preferencias y lo que nos parece más ético o moral si es que se pueden aplicar estas categorías en este contexto.

En todo caso hoy no toca una filípica en contra de los precios, más bien toca una en contra de los que intentan hacernos comulgar con ruedas de molino medieval ofreciendo en la carta de su local  algo que no es. Y como no es no puede ser.

El tema es el siguiente. Conociendo mi pasión por el Bagel, alimento de Dioses paganos y de gente de bien más en la Tierra, siempre que me encuentro con ellos en alguna carta medio loca que intenta arriesgar ofreciendo algo original, los pido a ver qué tal están. He de decir que pasa poco, que no es muy normal encontrarse con ellos y que esto no es NYC, pero a veces, haylos. 
Hasta aquí, bien. Pero ya está. Luego, es terrorismo de producto. No hay el más mínimo ápice de vergüenza en ofrecer cosas que no son lo que dicen ser. Si tienes un local y ofreces bagels, que sean bagels y no otra cosa. Si tienes bagels en tu carta no ofrezcas ni brioche dulce redondo con un agujero en medio ni pan del de toda la vida con el ínclito agujero.

Hacer bagels es muy complejo. Cuando le pregunté a Xavier Barriga, alma mater de Turris y maestro panarra, sobre porqué no los hacía me comentó que son muy complejos y necesitan una infraestructura que hacen complicada su elaboración. Como dato que añado, el bagel una vez hecho y antes de entrar en el horno debe ser hervido en agua, lo que le da la consistencia que lo caracteriza. No es un pan normal y no es un brioche para comer con mantequilla y jamón dulce. No. No los hace cualquiera y no todo el mundo sabe hacerlos.
Que yo sepa, en Barcelona existe un panadero que se dedica a ellos desde hace mucho tiempo y casi en exclusiva, en Gràcia, panadería Be My Bagel en Plaça del Sol. Hace poco he descubierto una gente que se hace llamar Yes we Bagel y que ofrecen algo parecido pero sin llegar a la excelencia del primero. Resultones pero sin la gracia del anterior. Y es que The Bagel Shop en Canuda era un mito y Be My Bagel recoge su testigo, directamente.

Toda esta perorata bageliana viene al caso por el último hallazgo en tima-modernillos con el que me he encontrado y me ha indignado, claro. Tuvo lugar en cierto local del Born tocando a Arc de Triomf que está bastante de moda entre el mundillo juvenil-in de la city, y al que me acerqué a ver qué se cocía. Y los bagels seguro que no lo estaban, cocidos, quiero decir. Cobran 9'5€ (!!!) por un bagel que no es un bagel y por una loncha de salmón. Una. Y mucha rúcula. Qué listos. Pero eso lo dejaré para el post que escribiré sobre el affaire en el blog para esos menesteres. Lo que me subleva, y se nota, es encontrarme con este engañabobos que perjudica al minúsculo mundo del bagel. No puede haber nadie en su sano juicio que se pueda aficionar al bagel si se toma lo que ofrecen en aquel local tan bonito. Bagel con salmón. Pues no. Salmón poco, pero bagel, eso no lo es. Eso es pan. Redondo. Con agujero. Pero que no lo llamen bagel porque no lo es. Y que no lo cobren a precio de importación desde New York. 
Basta ya de insultos. Intentar aparentar modernidad porque ofreces bagels y luego ofrecer un trozo de pan es patético. Imagino a gente pensando tras acabar el plato "pues no tiene nada especial". Claro que no. Evidente.

El insulto al producto sea el que sea. Llamar pan a las barras de gasolinera. Foie a foiegrás. Kobe a vaca del Pirineo. Anchoa de L'Escala a las que venden en el Día. Captan la idea. Ya está bien.
Éramos pocos bagelianos y tenemos que encontrarnos con esto. No pasarán.